El aborto en la adolescencia

Incidencia del aborto inducido en adolescentes

Una práctica con mayores consecuencias para algunas mujeres

La problemática del aborto inducido en la población adolescente merece particular atención. En ella se conjugan varios factores que hacen que este sea un evento potencialmente más peligroso y traumático en la vida de las jóvenes de lo que puede ser para mujeres adultas. Dicho fenómeno afecta principalmente a las jóvenes más pobres y con menor escolaridad. Lo sufren con particular crudeza las menores de 16 años, quienes enfrentan mayores riesgos de sufrir daños fisiológicos y psicológicos cuando experimentan un aborto (Guzmán et al., 2001). Varios autores coinciden en que para una adolescente es más difícil encontrar un proveedor adecuado para interrumpir un embarazo, además de que es más probable que intente practicarse un aborto por sí misma (Persaud, 1994; Salter et al., 1997).

A veces las adolescentes abortan en etapas tardías de su gestación, lo que aumenta el riesgo de complicaciones (Deidre, 1999). El insuficiente conocimiento y la menor conciencia sobre las reacciones de su cuerpo, suele traer consigo que tardíamente se den cuenta de que están embarazadas. Además, la decisión de abortar es a menudo difícil de tomar, en virtud de la sanción social que pesa sobre este acto y de la falta de apoyo para practicarse un aborto, en particular, por parte del autor del embarazo, quien raramente está cerca de su pareja en tales circunstancias (CDM, 2005). La adolescente que desea abortar enfrenta, asimismo, otras dificultades, como encontrar a prestadores de servicios dispuestos a practicar el aborto y, sobre todo, contar con dinero necesario para cubrir su costo.

Las adolescentes perciben con frecuencia los riesgos asociados al aborto ilegal, pero ante la fuerte desaprobación social o familiar si se presenta un embarazo no previsto, el aborto sigue siendo la única solución para muchas de estas jóvenes. En un estudio conducido en la ciudad de La Habana durante 1999 con 400 adolescentes de cuatro escuelas, 68% de los jóvenes y 78% de las muchachas manifestaron estar de acuerdo con la afirmación de que “un embarazo es un riesgo para la salud de la adolescente”. De la misma manera, 63% de los primeros y 78% de las segundas declararon conocer la presencia de riesgos para la salud asociados a la práctica del aborto (Calero et al., 2001).

Asimismo, las adolescentes, como las mujeres cubanas de mayor edad que han o no recurrido al aborto, asumen frecuentemente una actitud muy ambivalente en relación con tal recurso, aun cuando muchas reconozcan que es la solución frente a un embarazo no deseado (Álvarez Vázquez et al., 1999). Un estudio que tuvo lugar en el nordeste de Brasil de 1995 a 1998 llegó a conclusiones similares. En la investigación participaron adolescentes que interrumpieron su embarazo y otras que lo llevaron a término, algunas de las cuales fueron entrevistadas un año después. Se encontró, que quienes habían abortado consideraron tal práctica menos aceptable que aquéllas que sólo habían contemplado la posibilidad de abortar (Bailey et al., 2003).

En Chile, país mayoritariamente católico y donde el aborto es ilegal en cualquier circunstancia, se sanciona con dureza, tanto social como moralmente, a las mujeres embarazadas fuera del matrimonio, quienes ante tal situación suelen sentirse avergonzadas.En un investigación realizada en 1991 en Santiago con mujeres de 10 a 19 años, Palma y Quilodrán (1995) concluyeron, que según las condiciones de vida y las circunstancias en que tuvieron relaciones sexuales, las adolescentes embarazadas eligen entre proseguir un embarazo en el marco del matrimonio, de la cohabitación o permaneciendo solas o abortar. En el caso de haber tenido relaciones sexuales sin consentimiento (violación o incesto), algunas mujeres recurren al aborto y otras optan por dar a sus criaturas en adopción (Palma y Quilodrán 1995).

La práctica del aborto está también estrechamente vinculada a la estabilidad en el ámbito familiar. En un estudio realizado en una escuela de La Habana, Calero y Santana (2001) consideran que “existe una mayor probabilidad de someterse al aborto y otras prácticas de riesgo de aquellos adolescentes hijos de padres divorciados que de aquellos que conviven con ambos padres biológicos”. En una investigación conducida de agosto de 1992 a enero de 1993 en dos hospitales de México, Romero et al. (1994) encontraron que existen dos veces más probabilidades de abortar si la madre de una adolescente embarazada está ausente del hogar, mientras que la ausencia del padre no tiene, al parecer, mayor efecto.

En 1995 se llevó a cabo un estudio acerca de los factores de riesgo asociados a la práctica del aborto en residentes de las zonas urbanas de Pelotas, perteneciente al sureño estado brasileño de Río Grande do Sul. La investigación demostró que las adolescentes, que pertenecen a familias de ingresos económicos bajos y con menores niveles educativos, abortan en condiciones de mayor riesgo, que ponen en peligro su salud (Olinto y Moreira-Filho, 2006).

Una prevalencia mal conocida

Como ya se ha mencionado, en la región es difícil disponer de estadísticas confiables y precisas acerca de la ocurrencia del aborto, entre otras razones, por las condiciones de ilegalidad con que comúnmente se práctica. La literatura en torno al tema refleja con claridad que tal situación afecta con mayor frecuencia a las adolescentes, para quienes es aún más difícil contar con información confiable acerca de la incidencia del aborto inducido. Sin embargo, algunos estudios muestran datos que confirman que un gran número de adolescentes se practican abortos. Tal fenómeno ha tendido aumentar en algunos países, particularmente donde existe una legislación restrictiva en la materia (WHO, 1998).

Con base en información para el año 2000, Shah y Ahman (2004) estiman que anualmente tienen lugar en América Latina y el Caribe, 520 000 abortos riesgosos, que corresponden a mujeres de menos de 20 años. Tal cantidad constituye el 14% del total de abortos en la región. La tasa de abortos es de 20 por 1000 mujeres y la razón es de 28% nacimientos vivos: esta última cifra representa un nivel superior al observado en África y en Asia (22% y 15% respectivamente).

En 1998, Singh hizo estimaciones indirectas de la tasa de aborto para ese grupo de población en cinco países de la región. De acuerdo con su estudio, dicho indicador varió entre 13 abortos anuales por cada mil mujeres de 15 a 19 años en México, y 36 en República Dominicana. La tasa fue de 32‰ en Brasil, 26‰ en Colombia y 23‰ en Perú. En cuanto a la razón de aborto por cada 100 embarazos de mujeres de 15 a 19 años ésta fue de 13 en México, 29 en República Dominicana, 30‰ en Brasil, 23‰ en Colombia y 28‰ en Perú (Singh, 1998). Otro estudio, basado en las encuestas demográficas y de salud, que tuvo lugar en Brasil, Colombia, Perú y República Dominicana, señala que el porcentaje total de embarazos no deseados que terminaron en aborto fue de entre 69 y 97% (Hakkert, 2001).

En una investigación durante la cual se analizaron los registros de todas las mujeres atendidas de enero de 1992 a junio de 1995 en una clínica de una pequeña ciudad de América Latina donde se practicaban abortos de manera clandestina, Strickler et al. (2001) obtuvieron los resultados siguientes: de un total de 808 de esas mujeres, 13% tenían menos de 20 años y un porcentaje considerable de estas últimas (12%) abortaron con no más de 12 semanas de embarazo.

Otros estudios hechos en países donde la interrupción del embarazo está despenalizada muestran que también en estos contextos el aborto adolescente tiene una elevada incidencia. En la investigación que llevó a cabo en Cuba, Gonzáles (2005) muestra que mientras en el periodo 1970-80 una tercera parte de los abortos correspondieron a mujeres adolescentes (de menos de 20 años), después de 1986 hubo más abortos que nacimientos en estos mismos grupos de edad. Tal relación ha ido aumentando hasta llegar a ser de más de 180 abortos por cada 100 nacidos vivos. El autor agrega que a raíz de la introducción de la regulación menstrual, desde finales de la década de los ochenta, se observa una disminución del número de abortos en las estadísticas del Ministerio de Salud Pública. No obstante, hay que considerar con cautela dicha afirmación, ya que dicha práctica encubre frecuentemente la interrupción voluntaria del embarazo.

Los resultados de una encuesta realizada en el municipio 10 de Octubre, de la ciudad de La Habana, durante todo el año de 1991 y el primer semestre de 1992, revelaron que del total de 659 mujeres que interrumpieron su primer embarazo, durante este periodo casi 60% eran menores de 20 años y 35 % de 20 a 24 años. La probabilidad de tener un aborto inducido es de 3.3 veces más elevado en las menores de 20 años, en comparación con las mayores de 25 años. Entre el total de estas mujeres, 80% habían iniciado su vida sexual siendo menores de 20 años y tenían un alto nivel educativo. Una de las conclusiones del estudio destaca que “el riesgo de recurrir a la práctica del aborto inducido en el primer embarazo es elevado en mujeres muy jóvenes que aún no han cumplido sus expectativas profesionales, laborales y las relacionadas con el matrimonio. Estas razones parecen incompatibles con la maternidad en el grupo de mujeres estudiadas” (Cabezas-García et al., 1998). Asimismo, los autores revelan que las jóvenes suelen percatarse tardíamente de las consecuencias de un embarazo y de las dificultades que tienen para acceder a los servicios de aborto.Según Guzmán et al. (2001) si se consideran los abortos practicados en la isla durante 1998 con el método de regulación menstrual, la tasa de abortos por cada 1000 mujeres de 12 a 19 años fue de 101 y la razón de abortos de 64 por cada 100 embarazos.

En otro estudio sobre el comportamiento sexual y preventivo de los estudiantes de una escuela politécnica de La Habana, hecho durante el año escolar 1995-1996, 82% de los jóvenes consultados declararon haber tenido relaciones sexuales precoces y 63% de las muchachas dijeron que tuvieron su primera relación siendo menores de 16 años. Asimismo, 16% de ellas indicaron que al menos una vez recurrieron al método de regulación menstrual y 11.9% al aborto. Entre estas últimas, 29% abortaron dos o más veces (Cortes Alfaro et al., 1999). Otros resultados de investigaciones muestran que la mayoría de las jóvenes que abortan son estudiantes y tienen aspiraciones de continuar sus estudios, señalando esta causa como motivo del aborto (Navarro González y Ramos Planco, 1998). En ese mismo país, una investigación reveló que las adolescentes tienen conocimientos superficiales sobre los métodos anticonceptivos y que recurren al aborto ante una relación de pareja inestable. La mayoría no tienen hijos y optan por tal práctica para retardar el inicio de la maternidad. Más de la mitad son solteras, pero tienen una actividad sexual parecida a la de las casadas y, por tanto, tienen las mismas posibilidades de concebir. Además, son mujeres con abortos repetidos, tienen una situación económica familiar “desequilibrada y valores inadecuados acerca del papel de la mujer y la madre soltera.” (Libertad y Reyes Díaz, 2003).

Al mismo tiempo, durante 1995, la tasa de aborto en Guyana durante 1995 fue de 26 por cada 1000 mujeres de 15 a 19 años de edad y la razón de 29 abortos por cada 100 embarazos de mujeres de ese mismo rango de edad (Guzmán et al., 2001). En las Antillas Francesas, donde el aborto es legal, la razón de aborto en las mujeres de 12 a 17 años y de 18 a 19 años en 1995 fue de 42%; en Guadalupe y Martinica de 57% y 44%, respectivamente, y en Guyana Francesa de 20 y 22% para cada una de los rangos de edad mencionados. Para estas jóvenes, las interrupciones de embarazos repetidas son frecuentes: 12% tuvieron al menos un aborto (Boudan, 2000). Se estima que en la isla caribeña de Guadalupe ocurrieron, durante 2002, 31 abortos por cada 1000 mujeres menores de 20 años y 59 abortos por cada cien embarazos en mujeres del mismo rango de edad (Claire, 2003).

De acuerdo con una investigación sobre el comportamiento sexual de estudiantes de 13 a 22 años realizada en la ciudad brasileña de Porto Alegre, 12% de las mujeres de nivel secundario y 15% de las universitarias declararon haber tenido al menos un aborto. En el caso de los varones, 2.7% de quienes cursaban el primer nivel y 11.6% del universitario dijeron haberse involucrado en el aborto de alguna amiga. Con respecto a su posición sobre el aborto, 47% de los estudiantes del ciclo secundario y 64% del nivel universitario se mostraron a favor de que esta práctica en caso de embarazos no deseados no fuera penalizada por las leyes brasileñas (Souza et al., 1997).

En una encuesta aplicada a estudiantes de medicina mexicanos de 15 a 24 años, fueron muy pocas las mujeres (2%) que declararon haber recurrido al aborto. Señalaron, asimismo, que el embarazo que interrumpieron fue resultado de una falla en el método anticonceptivo utilizado (Ortiz Ortega et al., 2003). En otro estudio, también realizado en México durante 1997 y para el cual se entrevistaron a mujeres de 18 a 24 años, 20% de ellas manifestaron haber tenido un embarazo no previsto; De éstas el 23% que intentaron interrumpirlo, pero sólo el 10% de las que lo pensaron lo hizo (Núñez-Urquiza, 2003).

Por otra parte, en dos encuestas aplicadas a jóvenes de clase media, de 13 a 18 años en las principales ciudades colombianas, resultó que 5% de las adolescentes consultadas había quedado embarazada entre los 15 y los 17 años. De estos embarazos, 66% terminaron en aborto (Ramírez, 1991).

En otro estudio realizado en 1992 con residentes de zonas urbanas, también de Colombia (Zamudio et al., 1999), se encontró que cerca de la mitad de las mujeres menores de 20 años consultadas que habían resultado embarazadas (44.5%) tuvieron al menos un aborto inducido: 42.6% sólo uno, 3.9% dos y 10.9% 3 abortos. Esto da una idea de la frecuencia de los abortos repetidos. En la investigación también se constató cómo la interrupción del embarazo es especialmente frecuente en las mujeres jóvenes, ya que el 32% de las mujeres de 20 a 24 años y de 25 a 29 años a quienes se consultó declararon haber tenido al menos un aborto. La razón de aborto para las jóvenes de menos de 20 años fue de 36.6%, que es la más elevada del total de las mujeres del estudio. Del mismo modo, se confirmó la extendida práctica del aborto entre las adolescentes de las generaciones más jóvenes, lo que también ilustra el papel del aborto en la regulación de la fecundidad en ese grupo de la población.

En un estudio realizado durante el año 2000 en tres ciudades brasileñas (El Salvador, Río de Janeiro y Puerto Alegre) para estimar la prevalencia de los embarazos en los adolescentes, se mostró que una mayor proporción de hombres (41.3%) que de mujeres (15.3%) declararon que el embarazo (en el que se vieron involucrados) fue interrumpido por un aborto inducido (Aquino et al., 2003).

Por otra parte, Sanseviero (2003) estima que durante el año 2000 la tasa especifica de abortos en mujeres uruguayas de 15 a 19 años fue de aproximadamente una mujer por cada 30 que abortan (32.5‰), mientras que la tasa de fecundidad fue de 62.6‰ y más de una tercera parte de los embarazos (34.2%) terminaron con un aborto.

Todas estas evidencias empíricas muestran una prevalencia más o menos fuerte de la práctica del aborto en algunos países y grupos específicos de población. Aun cuando no son representativas del total de los adolescentes de la región, si nos advierten acerca de la importancia que tiene el aborto entre ellas. Los resultados de los estudios sobre las complicaciones del aborto permiten tener un panorama más claro de cómo afecta esta práctica a las jóvenes.

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