El aborto en la adolescencia

¿Es un problema el embarazo adolescente?

El embarazo en estas circunstancias ha sido ampliamente estudiado en América Latina, aunque quizás menos en el Caribe. No puede decirse que exista consenso de si se trata de un evento negativo o positivo per se en este etapa de la vida. Sin embargo, la mayoría de autores coincide en que médicamente no es recomendable porque: “los embarazos entre las adolescentes, especialmente entre las más jóvenes, pueden poner en peligro la salud y la vida tanto de la madre como del niño. Las adolescentes sufren más complicaciones de embarazo que las mujeres de edad mayor, debido a una combinación de factores: ser primeriza, no haber completado la etapa final de crecimiento (desarrollo incompleto del esqueleto y de la pelvis) o no recibir atención prenatal adecuada” (IPAS, 2001). “El embarazo en la adolescencia se considera desde el punto de vista médico y social como una situación de riesgo para la salud y el desarrollo personal de la madre, su hijo o hija y su pareja” (Díaz Sánchez, 2003).

El embarazo durante esta etapa es percibido con frecuencia como un problema social y de salud pública, máxime que, al parecer, hay un aumento en su ocurrencia. Pero los problemas de salud derivados de tal estado se vinculan, ante todo, a las condiciones de vida de las mujeres, más que a su juventud. Quienes enfrentan problemas durante su embarazo son a menudo aquéllas que viven en condiciones desfavorables, tienen un acceso limitado a los servicios de salud y, por ende, tienen un control prenatal insuficiente o inadecuado, además de sufrir desnutrición y carecer de buena salud antes del embarazo. En ocasiones pueden tener hábitos nocivos para su gestación, como fumar (Pantelides, 2004; Gogna et al., sf). Muchas experiencias muestran que “con apropiado soporte psico-social y con adecuados controles prenatales los resultados obstétricos en las madres adolescentes son comparables o casi tan buenos como los que se observan en mujeres mayores de 20 años” (Gogna et al., sf).

Por un lado, hay quienes consideran que este hecho es negativo social, emocional y económicamente, porque la “maternidad precoz suele llevar a que las mujeres jóvenes terminen (prematuramente) sus estudios y no puedan obtener empleos con mejor paga. Las sociedades y las familias pueden excluir a las jóvenes que se embarazan fuera del matrimonio” (IPAS, 2001). En cambio, otros estudios (Silber et al., 1995; Stern, 1997; y 2001; Pantelides, 2004) sustentan la idea de que el embarazo adolescente y los problemas que generalmente se vinculan a este evento no son generalizables, pues dependen, en gran medida, del contexto en que ocurren. Más que asumir que los embarazos adolescentes tienen una única implicación y significado negativos, habría que tener en cuenta los diferentes contextos en que éste tiene lugar, tanto para su valoración como para, implementar las políticas públicas correspondientes.

Como antes se indicó, tales embarazos ocurren con mayor frecuencia entre las jóvenes mujeres que pertenecen a las clases sociales más desfavorecidas que en aquéllas con un nivel socioeconómico más alto (Pantelides, 2004). Con base en la Encuesta Nacional de Salud Reproductiva 2003 efectuada en México, Menkes y Suárez (2005) analizaron los datos de 1 799 adolescentes alguna vez embarazadas de 12 y 19 años. Los resultados indican la presencia de tasas específicas de embarazo adolescente muy diferentes para las mujeres de 15 a 19 años, según su estrato socioeconómico: 158‰ en el estrato muy bajo, 84‰ en el bajo y sólo 2 y 0.6‰ para los estratos medio y alto.

Stern y García (2001) en su estudio sobre el embarazo adolescente concluyen (p. 337) que “si acaso, ante la pretensión de establecer una relación de causalidad entre el embarazo temprano y la pobreza, en nuestros países, debería considerarse que el contexto de pobreza y de falta de oportunidad es ‘causa’ del embarazo temprano y de sus consecuencias negativas y no al revés”. Guzmán et al., (2001) corroboran esta misma relación y sostienen: “La pobreza es […] un factor determinante, lo que subraya la influencia del contexto socioeconómico en que vive la familia para una fecundidad adolescente temprana.” Tal situación se observa, asimismo, en grupos indígenas de países como Colombia, Perú y Guatemala, que se encuentran en una situación de mayor vulnerabilidad.

Stern (1995) indica que no es lo mismo un embarazo adolescente en un contexto rural, donde dicho evento responde a “la persistencia de la norma tradicional que asigna a la mujer los roles de esposa y madre como destino único, y/o a la ausencia de otras opciones”, que en otras circunstancias. De acuerdo con el autor, en un contexto urbano marginal de inseguridad laboral, dentro del cual privan la violencia familiar y la deserción escolar temprana, además de caracterizarse por una gran escasez material y de opciones de vida, las principales implicaciones del embarazo “girarían alrededor del creciente desamparo y falta de protección de las adolescentes frente a su situación”, que se reflejan en la frecuencia con que las jóvenes de este sector de la población recurren al aborto inducido practicado en condiciones precarias.

En este sentido, también otros autores señalan que hay “evidencias de que en muchos casos el embarazo es más el resultado que la causa de un conjunto complejo de problemas que incluyen el fracaso escolar y la mala relación con los padres” (Guzmán et al., 2001). A menudo se considera que el embarazo precoz conlleva a la deserción escolar. Pero muchos estudios muestran que el abandono escolar ocurre con mayor frecuencia antes del embarazo (Pantelides, 2004).En México, Romero et al. (1994) señalan que más del 70% de las adolescentes que acudían al hospital para parir o abortar habían dejado la escuela antes de embarazarse. Comprobaron, asimismo, que la mayoría de las mujeres que continuaban sus estudios querían abortar.En un estudio realizado durante el año 2000 en tres ciudades de Brasil (El Salvador, Rió de Janeiro y Puerto Alegre), Aquino et al. (2003) muestran que con el nacimiento del primer niño algunas adolescentes abandonaron sus estudios, 25% lo hicieron definitivamente y 17% temporalmente. Pero 42% de ellas ya habían dejado la escuela antes del embarazo. En Argentina, los resultados de una encuesta a puérperas de 15 a 19 años, realizada en hospitales de 2003 a 2004, también indican que un número importante de estas adolescentes abandonaron la escuela desde antes de quedar embarazadas (Gogna et al., sf).

Los embarazos adolescentes, como ya se indicó, no siempre se perciben como un problema social, ya que también pueden ser fomentados o esperados en algunas sociedades. Esto ocurre especialmente en el caso de las mujeres jóvenes recién casadas: lejos de ser estigmatizado, un embarazo puede ser un factor de ascenso social que les permite adquirir un estatus social. En otras ocasiones estos embarazos conducen a la unión.

En una investigación emprendida en Colombia, Florez et al. (2004) concluyen que el embarazo en la adolescencia es percibido de manera positiva y permite adquirir un mayor estatus social, además de contribuir a conformar una verdadera familia y a robustecer una identidad femenina. Para los hombres representa una forma de confirmar su masculinidad.

Cualquiera sea la concepción sobre los embarazos de las adolescentes, es innegable que con frecuencia no son planeados ni deseados. También resultan, muchas veces, de relaciones sexuales no protegidas, debido entre otros muchos factores, a la falta de acceso oportuno a la información y a anticonceptivos, o al sexo con violencia. Este tipo de embarazos tiene repercusiones adversas. Una parte de ellos terminan en aborto y otra en hijos no deseados. La ausencia de prevención en las relaciones sexuales también puede traducirse en infecciones transmitidas sexualmente (ITS), como el VIH/sida. Esto puede explicarse, asimismo, por la ignorancia de muchos jóvenes sobre el funcionamiento de su cuerpo y su fisiología, además de desconocer los riesgos inherentes al ejercicio de la sexualidad, como se pudo constatar en una investigación realizada en México (Ehrenfeld, 1999).

Además, las adolescentes no siempre tienen la posibilidad de que sus compañeros asuman prácticas sexuales protegidas. Esto se debe principalmente a la dominación masculina, en particular cuando las jóvenes tienen sexo con hombres de mayor edad, o en caso de abusos sexuales. Tal situación explica que estas jóvenes se encuentren expuestas a situaciones de alto riesgo para su salud, como señalan Radhakrishna, y Greesiade (1997), (riesgos identificados por estos autores como “3U” (a triple jeopardy: Unprotected sex, Unwanted pregnancy, and Unsafe abortion). En Argentina, Weller (2000) da cuenta del problema de la dominación masculina: entre las “niñas-mamás” (de 9 a 13 años), “el 80% de ellas ha tenido hijos con varones que las superan en al menos 10 años y el resto con varones que son al menos 20 años mayores que ellas”.

Para Palma et al. (2006), los abortos en adolescentes se deben, en gran medida, a que los embarazos ocurren fuera del matrimonio. Sin embargo, aclaran, muchos de los embarazos de las adolescentes menores de 20 años sí son deseados.

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