El aborto en la adolescencia

Causas que intervienen en la práctica del aborto entre las adolescentes

Ante el alto número de embarazos no deseados, cabe preguntarse cuáles son los factores que los causan y los motivos que llevan a las adolescentes y jóvenes a interrumpir su gestación. De acuerdo con la literatura sobre el tema, estos factores son diversos y se articulan con la extensa y compleja problemática del aborto.

Las condiciones de vida

Este factor, en particular tratándose de jóvenes pertenecientes a las clases sociales más desfavorecidas, explica en mucho la práctica del aborto en este sector de la población. En situaciones de dependencia económica y social, el aborto sigue siendo la única solución para adolescentes que enfrentan un embarazo no deseado y no pueden asumir por sí solas la crianza de un hijo. Pero también son otras las circunstancias que llevan a recurrir a dicha práctica. La desaprobación de la familia y la estigmatización social y moral que pesan aún sobre las mujeres embarazadas sin estar casadas contribuyen también a la práctica del aborto. Como indican Faúndes y Barzelatto (2005): “el nacimiento fuera del matrimonio puede ser socialmente aceptable entre los pobres de América Latina, pero no en las familias de clase media o de alto ingresos”. De acuerdo con los autores, en tal caso el aborto podría salvar el honor familiar y de la mujer.

Aunado a las condiciones de pobreza, las identidades y roles de género también tienen un papel central. En un estudio desarrollado en el área metropolitana de Buenos Aires, Geldstein y Pantelides afirman: “ni las imágenes de género igualitarias ni las conductas de cuidado son posibles en las condiciones objetivas que impone la pobreza extrema”. Las autoras recuerdan que las niñas que viven en pobreza son expuestas a experiencias desvalorizantes, las cuales “enmarcadas en la doble subordinación de clase y género, tienden a reforzar y reproducir las conductas sexuales de riesgo”. Sostienen, asimismo, que “las conductas de cuidado y riesgo, así como las imágenes que las predisponen (están muy relacionadas con) las imágenes de género tradicionales que implican la ausencia de proyectos de vida alternativos a la maternidad y una identidad femenina desprovista de poder e incapaz de gobernar la propia vida […] Contrariamente, las imágenes modernas, que implican una concepción simétrica de las relaciones de género y una identidad femenina con poder de decisión sobre sí misma, se acompañan de proyectos de vida […] que es preciso preservar mediante conductas sexuales preventivas.” (Geldstein y Pantelides, 2001).

En esta misma línea, Sosa Sánchez (2005) hizo un estudio cualitativo en una escuela de la ciudad mexicana de Cuernavaca con jóvenes de 14 a 19 años que cursaban el nivel medio y superior. La investigación muestra la persistencia de estereotipos culturales y sociales que definen la feminidad, entre los cuales destaca la extrema valoración de la maternidad como atributo constitutivo de la mujer. Por lo mismo, añade la autora, el hecho de llevar a término un embarazo no deseado puede implicar el sufrimiento de la mujer, ante el “supuesto social de que una mujer ‘normal’ siempre desea ser madre en cualquier circunstancia”. A ello se añade la idea de que la mujer es la única responsable de su embarazo, o de su término, sin tomar en cuenta la carga de violencia psíquica y emocional, así como la estigmatización, responsabilidad y penalización moral que sufren quienes recurren al aborto.

La actitud de la mujer en caso de un embarazo no previsto dependerá, en gran medida, de la reacción de su pareja o compañero y del tipo de relación existente, factores que no son ajenos a las condiciones de vida. Es importante la participación del varón en la decisión de abortar y la responsabilidad que asuma de solventar los gastos que implique recurrir a este recurso y de afrontar las implicaciones que este hecho tendrá en el proyecto de vida de la pareja. Por otra parte, debe tomarse cuenta que sin el apoyo de un compañero o de la familia, las jóvenes en esta situación no tienen muchas veces otra alternativa que el aborto para proteger su propio futuro (Faúndes y Barzelatto, 2005).

La prolongación de los estudios y la inserción creciente de las mujeres jóvenes en actividades económicas, que representan proyectos de vida alternativos, contribuyen también a retrasar la maternidad y por tanto a recurrir al aborto en caso de un embarazo no previsto y no deseado.

Una actividad sexual mal protegida

Como se mencionó en párrafos anteriores, la actividad sexual temprana y no protegida, la educación sexual deficiente y la falta de información y de acceso a métodos anticonceptivos son factores que explican los embarazos no deseados, los abortos y la propagación de las ITS (Almeyda Castro, 2001). Al respecto, varios autores enfatizan la importancia que tiene el incremento de las concepciones premaritales para la reproducción: la probabilidad de que una mujer tenga un embarazo antes de la unión y de haber cumplido 25 años aumenta a medida que las mujeres son más jóvenes, al tiempo que es mas frecuente en el medio urbano que en el rural” (18% en el ámbito urbano y 14% en el rural) (CONAPO, 2000).

Los y las adolescentes que deciden tener una vida sexual activa adquieren, en ocasiones, información y anticonceptivos que sus pares les recomiendan, es decir, obtienen conocimientos de personas que, al igual que ellos, están desinformadas o parcialmente informadas. Por lo general, los padres o tutores no educan a los jóvenes para que puedan tener una vida sexual segura, o bien para tener un conocimiento suficiente de los medios de prevenir ITS o embarazos. Los maestros se limitan, con frecuencia, a transmitir a sus alumnos información sobre el sexo desde una perspectiva fisiológica, en ocasiones compleja e insuficiente. Suele ser escasa la información sobre los riesgos de tener relaciones sexuales desprotegidas. Esta situación se observa en muchos países de América Latina y el Caribe debido, en gran medida, a las graves deficiencias en la educación sexual para este grupo de la población. A esto se suman las dificultades que enfrentan los jóvenes para tener acceso a métodos anticonceptivos y de protección contra ITS. Los prejuicios sociales y culturales impiden que los adolescentes conozcan y comprendan su propia sexualidad, además de limitar su capacidad de optar por alternativas diferentes a la maternidad y paternidad tempranas.

Si bien en la mayoría de los países de América Latina y el Caribe, el 90% o más de las adolescentes supuestamente conocen al menos un método anticonceptivo, los porcentajes de uso son bajos (Blanc y Way, 1998). Sin embargo, el conocimiento por sí mismo no implica la utilización correcta de tales métodos así como tampoco la utilización correcta de los mismos. Las barreras económicas, sociales, culturales e institucionales también tienen un peso importante en el acceso a la anticoncepción para este grupo de población. La imposibilidad de satisfacer la demanda de métodos anticonceptivos también aparece en la literatura sobre el tema como uno de los elementos que ponen a las adolescentes en riesgo de un embarazo no planeado o no deseado y, por tanto, de recurrir al aborto inducido para terminarlo. Como ya antes se indicó, éste se realiza muchas veces en condiciones que ponen en peligro su salud e incluso su vida.

Las mujeres no siempre perciben el riesgo de embarazo y de contraer ITS, particularmente durante las primeras relaciones sexuales que llegan a tener, cuando muchas veces no les parece muy importante tomar medidas de prevención. Esto ocurre sobre todo en el caso de mujeres muy jóvenes, cuyas prácticas sexuales son con frecuencia irregulares. Para ellas, la utilización de anticonceptivos puede parecer superflua. En muchas ocasiones, los adolescentes no emplean ningún método en sus relaciones sexuales porque éstas se presentan de manera inesperada. Tal situación se constata en una investigación hecha en Colombia y en la cual 63% de la mujeres consultadas de Bogota y 72% de las de Cali declararon que no recurrieron a algún método anticonceptivo durante su primera relación sexual, debido a que no estaba prevista (Florez et al., 2004). También en Guadalupe se encontró que una de cada tres mujeres quedó embarazada en su primera relación sexual (Guengant et al., 1993).

Además, en la mayoría de los países en desarrollo persiste una clara dominación masculina y, por tanto, es a veces difícil que las mujeres convenzan a su pareja de emplear el uso de un método de prevención, en particular el preservativo. Como se ha señalado, el uso de métodos anticonceptivos refleja la capacidad de diálogo de la pareja. En este aspecto las mujeres suelen encontrarse en situación de desventaja, particularmente cuando tienen sexo con varones de mayor edad.

La violencia y el abuso sexual

La violencia y la coerción sexual, sobre todo la violación, como ya se mostró en párrafos anteriores, son hechos comunes en la vida de muchas adolescentes, que derivan en un gran número de embarazos no deseados y abortos (Fondo de Población de las Naciones Unidas, 2000). En un estudio realizado en el año 2000 en Antigua, Bahamas, Barbados, Islas Vírgenes Británicas, Dominica, Granada, Guyana, Jamaica y Santa Lucía, la Organización Panamericana de la Salud reportó que casi la mitad de las adolescentes entrevistadas de 10 a 18 años que habían tenido relaciones sexuales declararon que la primera vez que tuvieron sexo fue de manera forzada (Halcón et al., 2000). Las relaciones sexuales en estas circunstancias tienen implicaciones de corto y largo plazo. Del mismo modo, pueden tener consecuencias psicológicas, sociales y físicas, como embarazos no deseados, abortos, infecciones, además de partos de hijos no deseados (Jejeebhoy y Bott, 2003).

En México, como en la mayoría de los países en desarrollo, la violación es un problema social, particularmente preocupante en el caso de las adolescentes. En un estudio con mujeres tratadas por abusos sexuales en esa nación, que se realizó en 1995, 54% de las participantes resultaron ser menores de 20 años. Se trató, en todos los casos, de mujeres solteras que fueron objeto de abuso sexual, incluida la violación, en proporciones similares, por parte de algún familiar o un amigo (del 20 al 21% de los casos), por un desconocido, en el 46% de éstos, y en un 13% por alguna otra persona conocida (Martínez Ayala et al , 1999 ; Billings et al., 2002). En otro estudio sobre la opinión de los adolescentes con respecto al aborto, para el cual se consultó a adolescentes de una escuela de nivel medio y superior de la ciudad mexicana de Cuernavaca, se encontró que la mayoría de los hombres y de las mujeres estaban de acuerdo con interrumpir un embarazo en caso de violación (Sosa Sánchez, 2005).

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