La elevada cantidad de embarazos adolescentes en la mayor parte de los países de América Latina se explica por la precocidad con que los jóvenes empiezan a tener relaciones sexuales, y a una escasa utilización de métodos anticonceptivos eficaces.
El hecho de que estas relaciones se practiquen muchas veces sin protección aumenta en gran medida las probabilidades de embarazo. La edad promedio de la primera relación sexual en América Latina y el Caribe difiere en los países de la región y también depende de factores como el contexto socioeconómico en que vivan los jóvenes, además de su sexo. Así, los varones suelen empezar a tener sexo con otras personas más temprano que las mujeres. La edad promedio de la primera relación sexual para los varones era de 12.7 años en Jamaica y de 16 años en Chile; y para las mujeres, de 15.6 años en Jamaica y de 17.9 años respectivamente (Lundgren, 2000). Los resultados de las Encuestas Demográficas y de Salud, realizadas a personas de 25 a 29 años cuando fueron consultadas, confirman una mayor precocidad de las relaciones sexuales de los varones, en comparación con las mujeres. En Perú, la diferencia entre las edades promedio de la primer relación sexual fue de 2.7 años (16.6 años para los varones y 19.3 para las mujeres) en 1996; para Nicaragua fue de 2.6 años (15.6 y 18.2 respectivamente), en 1998; en Brasil fue de 2.3 años (16.5 y 18.8) durante 1996; en Bolivia de 2 años (16.7 y 18.7), en el año 2000; en República Dominicana de 1.7 años (17 y 18.7) en 1999, mientras que en Haití fue de 1.3 años (16.7 años para los hombres y 18 años para las mujeres), en el año 2000.
Tales promedios, nos dan una idea general del comportamiento sexual de los jóvenes de la región, pero no reflejan otros aspectos preocupantes. Por ejemplo, 40% de los y las adolescentes que participaron en una encuesta del Ministerio de Salud de Jamaica, aplicada en 1998, declararon que a los 10 años ya habían tenido algún tipo de relación sexual (CRLP y Demus, 1997).
La utilización de anticonceptivos en los adolescentes de la región es muy variable, tanto en términos de prevalencia como también del tipo de método utilizado. Se estima que el 50% de los adolescentes sexualmente activos de América Latina no emplean ningún método anticonceptivo (Paho, 2004). Los resultados de encuestas aplicadas en el Caribe sugieren que el 40% de las adolescentes y el 50% de los adolescentes varones no tienen acceso a anticonceptivos durante su primera relación sexual (UNICEF, 1997 citado en Schutt-Aine y Maddaleno, 2003).
Para las mujeres de 15 a 19 años sexualmente activas y no casadas, que pertenecían a alguno de los 7 países donde se levantó la Encuesta Demográfica y de Salud de 1995 a 2000, la práctica anticonceptiva mostró diferencias importantes, de acuerdo con el país. Esta fue de 31% en Guatemala, de 41% a 43% en República Dominicana, de 49% en Haití, de 53% en Bolivia y Nicaragua; de 66% en Brasil, 72% en Perú y 79% en Colombia. En Perú y Colombia las adolescentes recurren esencialmente a los métodos naturales (abstinencia y retiro). En Brasil, las mujeres jóvenes utilizan, sobre todo, la píldora y el condón. Las inyecciones, la píldora y el condón se emplean en Nicaragua, mientras que en los otros países se previenen los embarazos mediante la utilización de ésos y otros métodos anticonceptivos. Entre ellos destaca el condón, con los consecuentes problemas de negociación que entraña recurrir a tal método, cuyo uso depende de la aceptación del varón.
En Jamaica, aproximadamente 50% de los y las adolescentes que tienen actividad sexual no usan ninguna forma de anticoncepción. Una buena parte de los jóvenes consultados en un estudio manifestaron que carecían de información sobre los diferentes tipos de anticonceptivos existentes cuando empezaron a tener relaciones sexuales (CRLP y Demus, 1997).
Estudios con mujeres adolescentes de Perú han revelado tasas relativamente altas de dichas relaciones sexuales practicadas con un precario conocimiento de los métodos anticonceptivos. Esto trae consigo un bajo uso del condón, capacidad inadecuada de negociación sexual entre las jóvenes y, cuando se recurre a métodos naturales, falta de conocimiento sobre sus periodos fértiles. Dos encuestas hechas en Colombia con adolescentes de clase media de 15 a 18 años, mostraron que, en una proporción elevada, carecían de algún tipo de educación sexual, además de ignorar aspectos clave sobre salud reproductiva. Las mujeres más jóvenes mostraron saber muy poco sobre anticoncepción (Ramírez, 1991).
En México, durante 1997 las mujeres adolescentes y jóvenes eran quienes menos usaban anticonceptivos, en comparación con otros grupos de edad. Asimismo, se ha mostrado que entre 1987 y 1997, la demanda insatisfecha de métodos anticonceptivos entre las mexicanas de 15 a 19 años se redujo de 33.8 a 26.7%, pero seguía siendo alta (Consejo Nacional de Población, 2000). La diferenciación por estratos socioeconómicos, de acuerdo con el estudio antes citado de Menkes y Suárez (2005), también se refleja en este grupo etáreo: 80.7% de las jóvenes pertenecientes a un estrato muy bajo nunca habían utilizado un método anticonceptivo antes del nacimiento de su primer hijo, 57.6% del bajo y 59.9% del medio y alto.
Gonzáles (2005), en su estudio sobre la evolución del embarazo adolescente en Cuba, da cuenta del inicio temprano en las relaciones sexuales, la irregularidad en el uso de anticonceptivos y la alternancia de éstos con la práctica del aborto. Observa que la utilización de la anticoncepción se hace mayoritariamente después del primer embarazo y/o aborto. Sin embargo, el alto índice de abortos en el país isleño obedece a la frecuente falla en el uso de anticonceptivos e insuficiente educación sexual. De la misma manera, afirma el autor, si bien en el contexto cubano actual la maternidad de los adolescentes va contra la normatividad cultural existente, según la cual a esa edad la prioridad es el estudio, una parte importante de los embarazos de madres solteras se localiza en la adolescencia (40%).
Por otra parte, la anticoncepción de emergencia (AE) aún se encuentra poco extendida en América Latina y el Caribe, donde son escasos los estudios sobre el uso de tal método entre los adolescentes. Algunos países de la región introdujeron la AE en sus programas de planificación familiar, pero pese a la difusión que se le ha dado, sigue siendo poco conocida. Debe destacarse, asimismo, que los proveedores del método suelen carecer de conocimientos sobre el mismo, además de ser reticentes a prescribirlo. Esto explica, en parte, la todavía escasa utilización del método, a lo cual se aúna que, sin pruebas científicas, grupos conservadores le atribuyan un efecto abortivo.
En Brasil, el gobierno incluyó la AE en normas técnicas sobre planificación familiar (Galvao et al., 1995). Del mismo modo, se han desarrollado algunos programas relacionados con el método en países como Perú (Coe, 2003), Brasil y Colombia (Heimburger et al., 2003) y Ecuador (ICRW et al., 2000), pero su cobertura sigue siendo insuficiente. A pesar de la oposición de grupos conservadores, en México la AE se incorporó en enero de 2004 a la norma oficial de los servicios de planificación familiar. Este método anticonceptivo, particularmente útil en casos de abuso sexual, podría contribuir a reducir el número de embarazos no deseados y, por consiguiente, el de abortos, que en sociedades conservadoras como la mexicana siguen estando estigmatizados. Sin embargo, el personal médico todavía debe capacitarse en el uso de la AE y las mujeres deben utilizarlo correctamente (Gould et al., 2001; Hardy et al., 2001).
Los condiciones y comportamientos antes descritos, comunes en los jóvenes latinoamericanos, explican la alta incidencia de embarazos no deseados y de abortos en esa parte de la población.