Los varones y la práctica del aborto

Perspectivas de análisis sobre la participación del varón

La creciente atención al tema de la masculinidad, sexualidad y salud reproductiva, sobre todo a partir de la última década del siglo XX, ha contribuido a promover la reflexión académica y política, aunque aún insuficiente, acerca de la mayor participación de los varones en los procesos reproductivos y, en particular, en torno a la interrupción del embarazo. Esto obedece, principalmente, a dos aspectos que nos interesa destacar.

Por un lado, la intervención de las agencias internacionales en el campo de la población y de la salud, en particular en la regulación de la fecundidad, así como en la prevención de las infecciones de transmisión sexual (ITS), de manera sobresaliente la pandemia del VIH/sida, que se vio acompañada de una visión crítica acerca de las desigualdades existentes en diversos y múltiples ámbitos de la vida entre hombres y mujeres. Desde esta perspectiva se busca prestar una atención especial a las relaciones inequitativas entre los géneros en la esfera conyugal y familiar, así como en el diseño e implementación de políticas públicas y programas sociales y de salud en tales campos (Frye Helzner, 1996; Ortiz, 2001; Lerner y Szasz, 2003).

La Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo (El Cairo, 1994), la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer (Beijing, 1995) y la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Social (Copenhague, 1995) constituyen hitos en lo concerniente al ámbito de la reproducción, al destacar y ratificar la necesidad de profundizar en el papel de los varones, con el fin de promover la equidad de género y la responsabilidad compartida de las parejas en tal campo. En estos foros internacionales también se reconocieron como metas prioritarias: crear las condiciones para mejorar la atención en materia de salud reproductiva, promover el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y los varones, y garantizar el acceso a la información y a los servicios correspondientes, orientados con una perspectiva de género. El Programa de Acción de la Conferencia de El Cairo destaca el papel de los varones en el ámbito de la reproducción, incluyendo la planificación familiar y la salud sexual, además de refrendar la importancia de que éstos asuman responsabilidades en la familia, como la crianza y el cuidado de los hijos y las tareas del hogar. Asimismo, la Plataforma de Acción aprobada en Beijing hace hincapié en el papel central que puede tener el varón en el acceso de todas las mujeres a los servicios de salud, a los programas de información y educación en materia de salud y en el ejercicio de los derechos reproductivos (UNFPA, 1995; PATH, 1997).

En el capítulo IV del Programa de Acción de El Cairo, titulado “Igualdad y equidad de género y empoderamiento de la mujer”, se incluye la sección “Las responsabilidades y participación de los hombres”. En ésta se señala claramente: “El objetivo es promover la igualdad de género en todas las esferas de la vida, incluyendo la vida familiar y comunitaria, y promover y permitir a los hombres adquirir responsabilidad en su comportamiento sexual y reproductivo y en sus roles social y familiar” (§ 4.25). Asimismo, en la parte de esta sección correspondiente a las acciones, se menciona la necesidad e importancia de “realizar esfuerzos especiales para enfatizar la responsabilidad compartida de los hombres y promover su activa involucración en la paternidad responsable, comportamiento sexual y reproductivo, incluyendo la planificación familiar; en la salud prenatal, maternal e infantil; en la prevención de enfermedades de transmisión sexual, incluyendo HIV Sida; en la prevención de embarazos no deseados y de alto riesgo”(§4.27) (Nations Unies, 1994).

Como resultado de la Conferencia de El Cairo, se enfatizó y adoptó el enfoque de salud reproductiva, ante las inquietudes y críticas que se manifestaron desde la década de los 80 en torno a la instrumentación de las políticas de población y de los programas de planificación familiar encaminados a la regulación de la fecundidad, principalmente por parte de los movimientos sociales. Entre ellos destaca el de mujeres, tanto en el ámbito internacional como en el nacional, así como de diversos académicos. Este enfoque, como han señalado Lerner y Szasz (2003), ha tenido implicaciones sumamente relevantes y sobre todo novedosas que plantean desafíos tanto para la producción y difusión del conocimiento científico como en el campo de las políticas públicas y movimientos sociales, al cuestionar el excesivo y casi exclusivo interés en las intervenciones dirigidas a controlar la fecundidad de las mujeres. De igual manera, dicho enfoque ha permitido ampliar las visiones estrechas sobre el comportamiento reproductivo, la sexualidad y los derechos reproductivos, y poner el acento en la “necesidad de involucrar a los varones, no sólo en cuanto actores que intervienen en la toma de decisiones o como usuarios de métodos anticonceptivos, o para lograr una mayor igualdad de género sino considerados además en tanto sujetos de derechos y obligaciones en la formación familiar, en la sexualidad y en la reproducción” y, por lo tanto, en la interrupción de los embarazos no deseados ni planeados. También dicho enfoque ha hecho hincapié en responder a las necesidades y demandas particulares de diversos grupos de población en torno a dicho temas.

Por otra parte, como se ha constatado en el Capítulo 2 de este texto –El debate en torno al aborto–, el movimiento feminista y las aportaciones de los estudios feministas han sido elementos clave, no sólo en el debate acerca de las consecuencias del estatus legal del aborto en la vida de las mujeres y en las acciones para su despenalización, sino también en los esfuerzos para garantizarles el acceso a servicios de calidad en la interrupción del embarazo. Su contribución también ha residido en mostrar la importancia de incorporar la perspectiva de género al campo de la reproducción, en tanto concepto o categoría relacional, que ha permitido destacar, sobre todo, las condiciones de desigualdad genérica y las relaciones de poder entre hombres y mujeres en tal ámbito.

En su recuento de las distintas vertientes del pensamiento feminista, en particular de la región latinoamericana, Szasz (1998) aborda las implicaciones que tienen la masculinidad y el papel de los varones en la sexualidad y la reproducción. Destaca el cuestionamiento a las formulaciones teóricas iniciales, centradas en la explicación de la subordinación de la mujer y la dominación masculina, en las cuales, la presencia de los varones en estos aspectos se reducía a aspectos como el dominio, la agresión, la opresión y la cosificación de la mujer en sociedades tradicionales y patriarcales. De acuerdo con la autora, dicha visión implicaba un reduccionismo en la conceptualización de la categoría de género, que se refería de manera exclusiva a lo femenino y a la noción de subordinación de la mujer como proceso universal, unilineal y vertical Por otra parte, como resultado de dicho cuestionamiento da cuenta de los elementos considerados en la redefinición de la categoría de género. En ellos se ha otorgado prioridad a la construcción social y cultural que define y da significado a la sexualidad y a la reproducción humana, pues alude a la diversidad de ámbitos y relaciones de poder entre ambos géneros y a las distintas identidades y roles femeninos y masculinos asignados socialmente, en tanto representaciones simbólicas, normatividades, valoraciones y prácticas construidas culturalmente, que se ven modificados por situaciones históricas, condiciones particulares y por las experiencias que viven los propios sujetos.

Es a la luz de estas formulaciones que se han propuesto diversas reflexiones teóricas y ejes analíticos acerca del involucramiento del varón en la cuestión del aborto, las cuales se relacionan estrechamente con los temas de sexualidad y reproducción. En este capítulo nos limitamos a describir, de manera resumida, algunos de los principales planteamientos académicos que se encuentran en una parte importante de la literatura producida en América Latina al respecto.

Perspectivas teóricas y distintos ejes analíticos

Distintos autores coinciden en que para abordar el papel de los varones en el aborto es importante considerar dimensiones como el entorno social, cultural e ideológico en el cual se construyen los significados de género, enfatizando las identidades y roles atribuidos a lo masculino, y en particular las relaciones de poder entre hombres y mujeres.

De acuerdo con Amuchástegui y Rivas (1993; Amuchástegui 1994), los significados más frecuentes de la reproducción humana son consistentes con los valores culturales, religiosos y las normatividades tradicionales, que se relacionan con las características masculinas de proezas sexuales, la habilidad para engendrar hijos –especialmente varones–, el dominio sobre las mujeres y los niños, además de la competencia exitosa con otros hombres por las mujeres. A lo anterior se añade el control sobre la sexualidad femenina, que pasa del padre al hermano, al novio y al esposo, y el control sobre los movimientos de las mujeres, que pasan de la madre (como agente del padre), a la suegra (como agente del esposo), y aun al hijo (como agente de padre ausente).

En esta línea, Tolbert et al. (1994) consideran que, conforme se modernizan las sociedades, los significados de género se van cuestionando o erosionando en ciertos sectores de la población, aunque el poder masculino sigue permeando, con frecuencia, en la vida de las mujeres. En sociedades donde se mantienen normatividades y roles tradicionales de género, el hombre domina en las decisiones que conciernen a la fecundidad, incluido el uso o no uso de anticonceptivos y la decisión de que la mujer aborte o continúe su embarazo, ya sea a través de una indicación directa, una amenaza indirecta o implícita o abandonando a su pareja. En la medida en que las relaciones de género en el seno de las parejas se vuelven más equitativas, el poder de la mujer para decidir la continuación de un embarazo no deseado aumenta, mientras disminuye el poder del hombre para decidir si se interrumpe la gestación o llega a término.

Ante tal situación, señalan Faúndes y Barzelatto (p. 218) (2005) “Las mujeres son seres humanos con los mismos derechos que los hombres, entre ellos el derecho a decidir de manera libre y responsable acerca de su sexualidad, pero las sociedades les han negado tradicionalmente esa igualdad y han aceptado el que los hombres impongan sus decisiones sexuales a sus parejas femeninas. Esa cultura patriarcal es una de las principales causas de los embarazos no deseados y su aceptación pasiva es un obstáculo para abordar el problema del aborto. Por consiguiente, las sociedades deben promover una mayor equidad de género en todas las esferas de la vida, de modo que un mejor equilibrio de poder entre mujeres y hombres permita a las primeras decidir cuándo, con quién y en qué condiciones desarrollar su vida sexual. El respeto del derecho de las mujeres a tener un control efectivo de su vida sexual debe ser un elemento esencial de estas medidas (p. 218)”. Adicionalmente, otros autores destacan las tensiones y conflictos en las identidades masculinas, ante los roles impuestos por las normatividades sociales y culturales vigentes y el ámbito privado e individualizado que inciden en la práctica del aborto. Al respecto, sostienen Alliaga Bruch y Machicao Barbery (1995): “la experiencia del aborto pone de relieve profundas contradicciones en la identidad masculina. Enfrenta a los hombres a una situación socialmente inaceptable, en la que afloran sus conflictos entre los atributos que fueron culturalmente asignados y las reacciones subjetivas que experimentan al hecho” (citado p. 6 en GIRE, 2001).

En el mismo sentido, Figueroa y Sánchez (2000) citando el argumento anterior, agregan que: “los varones en una sociedad patriarcal aprenden a ser los encargados de la toma de decisiones para ambos sexos, deben ser fuertes, valientes, capaces, responsables y cumplir con el rol de proveedores; estos atributos frente a un aborto, en cuya decisión perciben no haber intervenido, los ubican en una situación en la que el aborto en tanto acto de trasgresión de las mujeres, lo llegan a vivir con miedo, confusión e impotencia frente al poder manifiesto de la mujer de aceptar o rechazar el proceso de gestación”. De acuerdo con los autores: “decidir en torno al aborto significa para varones y para mujeres una experiencia en la que la sexualidad, el deseo de ser padre o madre y la libertad de elección del propio cuerpo son componentes importantes para construir la decisión” (p. 12). Plantean, además, que en dicho proceso hay una contradicción entre el ámbito privado y el ámbito de normatividades sociales, religiosas y morales que sancionan tal práctica.

Figueroa y Sánchez reconocen, asimismo, los aportes del movimiento feminista a la desconstrucción de las dimensiones anteriores y la forma como se entrelazan e influyen en el ámbito reproductivo. Pero también argumentan que el discurso se ha centrado en la feminización de los derechos reproductivos, lo que en parte ha incidido en vivir la experiencia y decisión respecto a un aborto como un proceso de exclusión genérica. De ahí que consideren que en la interacción entre hombres y mujeres en este ámbito se reconoce a los varones no como sujetos de derechos sino de privilegios reproductivos, lo que alude a la complejidad de la interacción.

En una línea similar, Zamudio et al. (1999) afirman que ni la tradición feminista ni la perspectiva de género han impulsado el desarrollo de estudios sobre la cuestión masculina. Consideran que estos son escasos en comparación con aquéllos que involucran a la mujer. Pero, sobre todo, subrayan que a menudo en ellos subsisten interpretaciones sexistas de segregación, que, por consiguiente, le restan importancia al papel del varón.

También en este sentido, Drenan (1998) señala que tanto los varones como las mujeres juegan papeles clave en la salud reproductiva. No obstante, recuerda, aun así la mayor participación de los hombres en tal ámbito ha sido difícil. Los estudios más recientes reconocen que los varones juegan roles importantes en el proceso de decisión, y que en general están más interesados en este tema de lo que se supone. Para el autor, entender el balance de poder entre varones y mujeres es un elemento clave para mejorar el comportamiento de las personas en relación con la salud reproductiva, lo cual también incide en los embarazos no deseados y su consecuente interrupción.

Guevara Ruiseñor (2000) argumenta que la casi nula investigación acerca del papel de los hombres en el aborto, “ha colocado a los varones sólo como víctimas o victimarios sin considerar que existen puntos de encuentro entre las demandas y necesidades de ellos y entre las necesidades y derechos de las mujeres”. Para la autora, “la experiencia de los hombres ante el aborto forma parte de las relaciones institucionales del poder, un poder que es aun menos visible porque ocurre en dos espacios considerados femeninos: el de la reproducción y el de las emociones”. Agrega que la forma en que responden los hombres a un embarazo no deseado depende, sobre todo, “del marco material y simbólico de la relación en la que ocurre este embarazo y de las posibilidades de ejercicio del poder que les ofrece, de manera que un hombre puede participar responsablemente en una situación y actuar de manera totalmente opuesta en otra” (citas tomadas p. 55-56 de GIRE, 2001).

Los hallazgos de otros estudios ilustran las diferentes y variadas posiciones y valoraciones que adoptan los varones respecto a su participación en la práctica anticonceptiva y el aborto. En ocasiones pueden ser los principales tomadores de decisión frente a tales eventos. En otras llegan a estar ausentes y/o asumen una total falta de compromiso en la regulación de la fecundidad de la pareja, con la idea de que ella es responsable del uso de anticonceptivos, que ella es la que se embaraza y a quien corresponde finalmente la decisión de continuar o interrumpir su gestación. Sin embargo, también puede ocurrir que el compañero de la mujer comparta tal decisión (GIRE, 2001).

Para Tolbert et al. (1994), la gama de modalidades y posibilidades de participación del varón varía de acuerdo con las particularidades del contexto social y temporal, así como al interior del mismo. Influye, asimismo y de manera especial, la normatividad social vigente en cada contexto. Mientras que a la mujer suele asignársele la responsabilidad en el ámbito reproductivo, al varón se le atribuye un papel de actor secundario, que apoya, favorece, obstaculiza, niega o bien es indiferente y se ausenta ante el embarazo de su pareja. La variedad de decisiones que se toman alrededor del aborto, explican las autoras, tiene una asociación directa con los diferentes modelos de relaciones de género en que se construyen las relaciones de pareja. Destacan, asimismo, que a mayor equidad en dichas relaciones, hay más transparencia en las negociaciones con respecto a la reproducción y, en particular, al aborto.

De acuerdo con Llovet y Ramos (2001), la presencia de los “otros significativos”, sobre todo del compañero de la mujer en el proceso de decisión, se inscribe como parte de la influencia que ejerce el ámbito transcultural y por tanto, no muestra un patrón unívoco: su participación “puede ser activa o pasiva y el grado de involucramiento puede variar según el contexto sociocultural, la organización familiar y el momento del ciclo de vida de las mujeres” (p. 302). En la bibliografía documentada por los autores, se describen situaciones en que los varones ejercen presión y coacción para obligar a la mujer a interrumpir su embarazo. En otros casos, el varón intenta persuadir a su pareja de que no llegue a término su gestación o permanece indiferente y ajeno al proceso de decisión de la mujer.

Una constatación similar se encuentra en el estudio que realizó GIRE (2001) en la Ciudad de México. De los testimonios recabados de varones jóvenes, se confirma la existencia de una variedad de actitudes y comportamientos masculinos frente al embarazo no deseado, e incluso que la misma persona puede actuar en forma distinta dependiendo de quién sea su pareja o del momento de su vida cuando ocurre el embarazo. No obstante, la responsabilidad de la decisión última para recurrir al aborto recae, por lo general, en las mujeres, y el grado de intervención de los varones varía, principalmente, de acuerdo con el grado de compromiso afectivo que tenga con su pareja.

Desde una perspectiva antropológica y con base en las entrevistas aplicadas a hombres de un barrio urbano de extrema pobreza en una ciudad de Uruguay, Rostagnol (2003) analiza las prácticas y representaciones sobre el uso de anticonceptivos y la sexualidad. Señala la autora que entre los elementos del contexto cultural en que transcurre la vida de los individuos y que le dan sentido a dichas prácticas y representaciones, destaca la noción de temporalidad. Ésta, explica, se caracteriza por una “necesidad de inmediatez”, que implica vivir el presente y tener cierta imposibilidad de pensar en un tiempo lineal que permita proyectos a futuro o una simple planificación en distintos ámbitos de la vida, incluyendo las decisiones reproductivas. Tal visión es más común en los varones que en las mujeres, pues para ellos no resulta habitual tomar medidas para prevenir embarazos. La autora subraya la dificultad con que los y las entrevistadas abordaron el tema del aborto, dada su condición de clandestinidad e ilegalidad. Por lo mismo, sus testimonios podrían tener una connotación más bien “moralista”: tanto los varones como las mujeres declararon estar en contra del aborto, pero para ellos, son éstas las que deben asumir la carga y responsabilidad del hijo aún no nacido, por haber disfrutado de las relaciones sexuales, o por no haber hecho las cosas bien. Los entrevistados afirman que muchos varones se desentienden del tema, pues consideran que es una cuestión de mujeres y son pocos quienes se dijeron dispuestos a acompañar a sus compañeras en el momento de abortar. Pero con mayor frecuencia ellos corren con los gastos o ayudan a pagarlo.

Una argumentación similar y de gran relevancia, ya mencionada en el capítulo 8, desarrollaron Zamudio et al. (1999), en torno a la denominada “cultura de la prevención”, en la cual se inscribe la relación entre anticoncepción y aborto. Para los autores, la población difícilmente puede desarrollar una cultura de la planeación, en cuyo seno la prevención sea una forma cotidiana de actuar, ante las precarias condiciones para configurar dicha cultura en los países en desarrollo. Tal precariedad, señalan, se debe a “la ausencia de condiciones claras y estables de trabajo, de estructuras organizativas fuertes, de reglas de juego previsibles, de estructuras amplias y fuertes de seguridad social, de mecanismos equitativos de acceso y de participación social”. De esta forma, indican, en condiciones de desempleo, de trabajo mal remunerado, de inequidad estructural y cotidiana, “la población desarrolla el sentido de oportunidad, el sentido de momento, el gusto por el azar, y esa habilidad les permite vivir el imprevisto cotidiano y enfrentar sus riesgos” (p. 64). Aunado a ello, destacan otras dimensiones centrales que conforman la cultura y conducta preventiva, las cuales, en referencia a la participación del varón, remiten a: a) las condiciones de desigualdad y relaciones de poder entre los géneros, el control o dominio masculinos sobre la mujer, las limitaciones de la comunicación intergénero, la debilidad de la percepción masculina con respecto a la relación entre la sexualidad y la reproducción, la visión de la mujer y del varón sobre su relación de pareja y los mecanismos de reacción frente a tal perspectiva; b) las representaciones sociales acerca de las consecuencias sobre la salud por el uso de métodos anticonceptivos modernos; y, c) la relación de las mujeres con su propio cuerpo y su autoestima, situación que las lleva a recurrir al aborto ante los temores y molestias derivadas del uso de anticonceptivos más seguros.

Para Núñez y Palma (1990), los hallazgos de investigaciones realizadas en México muestran que existe una valoración social diferente acerca del aborto para hombres y para mujeres. Tal diferencia, dicen, ilustra, en parte, el hecho de que los varones declaran con mayor facilidad que las mujeres haber estado involucrados en un aborto inducido, quizá porque ellos “no se exponen al rechazo social, no abrigan sentimientos de culpa como la mujer e, incluso, no son sujetos de persecución por parte de la ley” (p. 32). De acuerdo con datos de una encuesta nacional aplicada en el mismo país, además de que los hombres reconocen con mayor frecuencia los embarazos terminados en aborto, también aceptan abiertamente no saber el número de embarazos que han provocado en sus relaciones coitales, ni el resultado de los mismos.

Cáceres (1998) hace una constatación idéntica en su estudio sobre dilemas y estrategias en salud sexual en jóvenes adolescentes y adultos, pertenecientes a los sectores medio y popular de Lima. El autor muestra que el aborto inducido es referido como la vía más frecuente para terminar con los embarazos no deseados de las parejas de los entrevistados, de los que ellos tuvieron conocimiento. La proporción de entrevistados que declararon su involucración en embarazos  fue de 36% para los adolescentes, cuyas edades iban de 15 a 17 años, y de 45% entre los adultos jóvenes (de 20 a 29 años). En cambio, los porcentajes proporcionados por las mujeres fueron de 18%, para el primer rango de edad, y de 25% para el segundo. Por el contrario, en el estudio de Fachel Leal y Fachel (1998), realizado en Brasil, la declaración sobre la recurrencia al aborto de ambos sexos presenta, en general, la misma distribución. Se observa, asimismo, una proporción mínima de posible desinformación masculina.

En esta línea, los resultados del estudio mencionado de Zamudio et al. (1999) en Colombia muestran que en 22% de sus abortos, las mujeres a quienes se entrevistó no informaron a su compañeros, ni del embarazo ni del aborto. Tal conducta, explican, se da principalmente en los casos siguientes: en uniones inestables, cuando la mujer tiene dificultades para saber si es oportuno informar al hombre de su embarazo o no vincularse a él a través del hijo; si las mujeres son estudiantes (situación en que se encuentra la mayor actitud de reserva); en aquellas mujeres decididas a abortar, que no quieren comprometer la relación con su compañero por esa decisión; en quienes su embarazo se produce en un ámbito muy deteriorado de la relación conyugal de la cual la mujer ha decido salir. Finalmente, está el caso de mujeres que no admiten interferencias en un hecho que compromete profundamente su vida personal.

Una corroboración análoga es sustentada por Salcedo (1999) Según el autor, ante la suposición, expresada por mujeres colombianas, de la negativa de los varones a reconocer su responsabilidad y participación en la  decisión sobre el aborto, es posible que, con frecuencia, éstos no se enteren de que sus compañeras estables hayan tomado la decisión de interrumpir un embarazo. Por lo general, agrega, ellos relatan su participación en relaciones ocasionales o que ocurren fuera del orden social establecido. Para  Figueroa y Sánchez (2004), esta suposición por parte de las mujeres se ha traducido en un doble silencio que responde a un desencuentro relacional entre mujeres y varones, el cual se manifiesta en que ambos se rehúsan a conversar sobre tal situación en presencia de su pareja. Aludiendo a la particularidad de varones adolescentes y jóvenes, Palma y Quilodrán (1997) analizan los discursos de hombres jóvenes pertenecientes a estratos populares urbanos residentes en la región metropolitana de Chile, con objeto de investigar el significado de las opciones masculinas frente al embarazo adolescente y sus efectos y consecuencias. La posibilidad de recurrir al aborto no es mencionada en tales términos; más bien se hace referencia a “hacer alguna cosa” relacionada con preservar un proyecto de vida o como única salida a una situación límite. Para las autoras, las respuestas masculinas juveniles asociadas a la situación de embarazo reflejan cómo se imaginan posibles proyectos de vida, además de considerar que los caminos elegidos sean viables. De esta manera, la opción de abortar expresa la percepción de la imposibilidad de imaginar proyectos de vida individuales o compartidos, que puedan concretarse en caso de que prosiga el embarazo.

Otra estrategia analítica para ilustrar la influencia del entorno en las percepciones, actitudes y prácticas de los varones frente al aborto se encuentra en los estudios de opinión dirigidos a distintos sectores de la sociedad. Diversas investigaciones constatan que las actitudes más o menos favorables de los varones con respecto a tal práctica responden a representaciones y circunstancias legitimadas legal, moral y socialmente, estrechamente relacionadas con las identidades masculinas. En ellas también se constata cómo la concepción cultural acerca del aborto va a determinar en buena medida la visión que las personas tengan sobre ese hecho. Los estudios de los autores citados a continuación ilustran lo anterior. (Véase, además, el Capítulo 2, en el cual se describen investigaciones que muestran el poder masculino en el proceso de decisión del aborto en diversos ámbitos institucionales –médico, jurídico, religioso, etcétera–, que directa o indirectamente inciden en dicho proceso).

Faúndes y Barzelatto (2005) señalan que en el desempeño de los profesionales de la salud –en su mayoría varones– con relación a la práctica del aborto, suelen intervenir valores culturales en conflicto, derivados de la identidad masculina. Éstos se conjugan y en ocasiones se contraponen a las normatividades morales y éticas del personal médico, y a veces también al estatus legal del aborto. Tal situación es extensiva a las normatividades particulares de otros actores varones, como son, por ejemplo, los legisladores, procuradores de justicia y los representantes de la Iglesia católica hegemónica en la región. Actores, que, por otra parte, se erigen en “autoridad para acusar, juzgar y condenar a las mujeres con complicaciones debidas a un aborto” (p. 97). Dicha actitud redunda en abusos verbales y un trato estigmatizado hacia las mujeres, sin considerar o considerando muy poco el papel y la responsabilidad de los varones en esa práctica. Adicionalmente, como afirman los autores, destaca la actitud ambivalente y contraria de los médicos cuando una persona cercana a ellos interrumpe un embarazo. Ello deriva en “la aceptación de casos ‘muy específicos’, y el reconocimiento público de que el aborto es un fenómeno personal y social que no se resolverá penalizando a las mujeres que recurren a él” (p. 104).

Con base en una encuesta representativa realizada en la Universidad de Campinas, cercana a Sao Paolo, Alves Duarte et al. (2002), analizan la perspectiva de 361 varones universitarios (docentes, alumnos y personal administrativo) ante el aborto inducido. Se encontró que más de la mitad de ellos consideraron que las mujeres tenían derecho a abortar y aceptaban dicho recurso ante las causales legitimadas legal y socialmente, como el riesgo de la vida de la gestante, el embarazo resultado de una violación y por deformación fetal. Esta postura de mayor apertura frente al aborto fue más común en los varones  entrevistados con un mayor grado de escolaridad (de ellos y sus parejas), mejor posición social e ingreso y entre quienes no tenían hijos. Otros entrevistados se identificaron en menor medida con sentimientos que llevan a las mujeres a interrumpir su embarazo, como fueron su situación emocional y su deseo de no tener un hijo. Entre sus conclusiones, los autores reiteran la relevancia de considerar las relaciones de género en la toma de decisiones con respecto al aborto. La tendencia sugiere, como en otros estudios, que a mayor equilibro de género en la relación del hombre con su pareja, mayor será la posibilidad de que los varones se perciban como coprotagonistas de la decisión del aborto.

Otro estudio sobre la opinión de hombres y mujeres realizado en 1995 en cuatro capitales de Brasil –Sao Paulo, Bello Horizonte, Porto Alegre y Recife- muestra resultados similares: el 43% de las personas entrevistadas afirman que el hombre debe participar de la decisión de un posible aborto, aunque la última palabra debería corresponder a la mujer, 66% de los varones y 57% de las mujeres afirmaron que los hombres deberían intentar impedir el aborto (Comissão de Cidadania e Reprodução, 1995).

Mora y Villarreal (2000) encuentran, en el estudio que hicieron en Colombia, que la percepción y valoración de los varones en relación con el aborto son muy similares entre quienes opinaron que es una mala práctica, pero las circunstancias personales lo justificaban y los que estuvieron de acuerdo en que era una decisión personal y, por tanto, un derecho de las personas (46% y 43% respectivamente). Sólo una minoría (11%) manifestó un franco rechazo a la interrupción del embarazo. Las evidencias empíricas y los testimonios de las entrevistas confirman la predominancia de la concepción cultural acerca de la práctica del aborto. Para la mayoría de los entrevistados, la responsabilidad de la prevención está en  “manos de la mujer, son las más afectadas, son las responsables de la procreación o la tienen que asumir, el cuerpo es de ella, ella es la que carga con las consecuencias”. Según las autoras, esta percepción es indicativa de la autonomía reproductiva otorgada a las mujeres. Aunque, a su vez, tiene como posible efecto alejar o marginar a los hombres de la responsabilidad sexual y reproductiva.

Con una reflexión distinta, algunos autores, que aluden a las contradicciones y complejidad de la interacción en el seno de la pareja con sus respectivas identidades genéricas, sostienen que incorporar a los varones y hacerlos responsables en este terreno, considerado como uno de los pocos donde una gran número de mujeres han conseguido cierta autonomía, puede significar una usurpación de tal logro y terminar empoderando al hombre, aún más, y desempoderando a la mujer (Barbosa, 1992, citado en Zamberlin, 2000).

^ Volver arriba

Página de inicio | Índice | Agradecimientos |