Los varones y la práctica del aborto

Anticoncepción: ¿práctica compartida o individual?

Las actitudes y prácticas que expresan los varones acerca del papel y la influencia que ejercen en la práctica anticonceptiva de su pareja, o bien acerca de sus propias experiencias con la misma, se conforman y moldean, en gran medida, en las relaciones de poder y en las identidades y roles masculinos y femeninos, construidos social y culturalmente en torno a los significados y valoraciones sobre la sexualidad y la reproducción. La paradoja, a la que se alude en la mayoría de los estudios, reside en la percepción que el varón tiene de la sexualidad como un ámbito predominantemente masculino, en el cual éste ejerce un control y poder sobre la sexualidad femenina. En cambio, el ámbito de la reproducción y su regulación es considerado como un espacio femenino del cual se responsabiliza la mujer. No obstante, el varón es visualizado con frecuencia como el actor protagónico, en términos del poder que ejerce en el proceso de decisiones en tal ámbito.

Como señalan Mora y Villarreal (2000), cultural y socialmente ha subsistido la idea de que la reproducción es un hecho principalmente femenino. Esto implica delegar en las mujeres sus costos y responsabilidades y, por lo general, ha relegado a los hombres de las consecuencias de su actividad sexual.

La gran mayoría de las investigaciones realizadas directamente con varones muestran que, por lo general, para ellos la mujer tiene más influencia en la decisión del embarazo. También consideran que su decisión es la que se impone en tal situación, además de que ella es la responsable  por las consecuencias de emplear o prescindir de métodos anticonceptivos (Álvarez Vázquez y Martínez, 2002). Sin embargo, es importante advertir que esta situación contrasta con los diversos estudios, basados en las encuestas de fecundidad realizadas desde los años 70 en América Latina, que evidenciaban que el varón suele oponerse y ser el principal obstáculo para que la mujer utilice métodos anticonceptivos.

A pesar del creciente número de estudios que dan cuenta del papel de los varones en la práctica anticonceptiva, son aún muy escasos los que analizan dicha práctica en relación con el aborto. No obstante, algunos de los hallazgos que documentamos en este capítulo confirman que existe una amplia y cambiante gama de factores y situaciones en torno a la anticoncepción la cual se hace patente en la actitud de los varones, sobre todo quienes han vivido de cerca la experiencia del aborto. Como se advierte en los textos que se presentan a continuación, no se trata de patrones unívocos o polarizados, acerca de los significados y actitudes de los varones en la práctica anticonceptiva, sino de valoraciones, respuestas y comportamientos diferenciados, según distintos grupos sociales, contextos culturales, sobre todo en generaciones distintas. A su vez, se encuentra una estrecha asociación con otros factores, entre los cuales destaca nuevamente, además del conocimiento, uso y fallas de los métodos anticonceptivos, el tipo de vínculo emocional y de arreglo de convivencia en la pareja.

En esta línea, Zamberlin (2000) en su estudio cualitativo citado anteriormente, y realizado en un barrio de la provincia de Buenos Aires, encontró que los varones entrevistados, sobre todo los de mayor edad y más experiencia, no contemplaban la posibilidad de un embarazo y en general suponían que la mujer es la responsable de cuidarse. A diferencia de los varones de mayor edad, para los adolescentes y adultos jóvenes, el problema no ha sido el acceso al condón o a otros métodos, sino otros factores. El no uso de los mismos obedeció a diversas razones, tales como: un mayor deseo sexual, que supera al miedo a un embarazo, falta de conciencia sobre la posibilidad de que éste ocurra, que el encuentro sexual haya sido imprevisto, o suponer que la mujer era quien se cuidaba. El aborto también es considerado por los varones como una práctica de regulación de la fecundidad frecuente, pero cuya responsabilidad corresponde, sobre todo, a las mujeres y frente a la cual en muchas ocasiones ellos se desentienden.

En la investigación que llevó a cabo en la Ciudad de México con 52 varones, Guevara Ruiseñor (1998) señala que una proporción importante de ellos (43%) no asumieron responsabilidad alguna para prevenir un eventual embarazo. Identifica, asimismo, tres tipos de respuestas que reflejan tal actitud: aquella que delega la responsabilidad en las mujeres, “pensé que ella se cuidaba”; la que obedece al imaginario social frecuentemente prevaleciente “no pensaba que se fuera a embarazar”; y, por último, y en menor proporción, la relacionada con una falla del método, “ella usaba el DIU” o “se rompió el condón”. Los resultados del estudio corroboran, del mismo modo, que el tipo de vínculo y el grado de amor a su pareja constituyen elementos clave en relación con las prácticas anticonceptivas que ellos utilizan. Cuando las relaciones son estables (con la novia o la esposa) y el vínculo afectivo es fuerte, la responsabilidad de la anticoncepción es más compartida y se orienta fundamentalmente a prevenir embarazos no deseados. En cambio, en las relaciones ocasionales, de amasiato y con menores sentimientos afectivos, hay una menor práctica anticonceptiva De acuerdo con la autora, en ambos tipos de relaciones los varones no asumen la responsabilidad ante las posibles consecuencias que puede tener en su propia salud el sexo sin protección.

Jiménez Guzmán (2003) encontró una práctica anticonceptiva similar en una investigación desarrollada en la Ciudad de México, para la cual se hicieron entrevistas a profundidad a diez hombres mayores de 30 años, con hijos, altos niveles de escolaridad, y dedicados a ocupaciones no manuales. Los testimonios que se recabaron mostraron cómo los varones envueltos en la vivencia de un aborto no se habían responsabilizado por el uso de algún método anticonceptivo. Esto, a pesar de haber valorado como negativa su experiencia con respecto al aborto, en términos de la responsabilidad que sentían y del temor a enfrentar posibles complicaciones y desenlaces desfavorables. Para ellos, el aborto “es una opción difícil y traumática, pero factible” y la decisión de abortar corresponde a la mujer, pues, dijeron, “es su cuerpo” (p. 125). Para quienes no habían presenciado tal experiencia, el aborto constituía una solución adecuada cuando no se pudo prevenir un embarazo no deseado. Consideraron, asimismo, que si bien la decisión de abortar debía ser tomada con la pareja, la decisión final y última debía recaer en la mujer.

En otro estudio cualitativo, también hecho en la capital mexicana, con varones jóvenes que vivieron la interrupción del embarazo de sus parejas (GIRE 2001), se sustenta que el conocimiento de la anticoncepción no garantiza la utilización de un método altamente efectivo para evitar el embarazo. Asimismo, se encontró que, en determinados momentos, la influencia de terceras personas –parientes, amigos, etcétera– es más importante que la de los proveedores de salud para decidir si se recurre o no a tal clase de métodos. En cuanto a la actitud de los varones entrevistados frente a la anticoncepción, se muestran diversos comportamientos entre y en cada uno de ellos. Éstos dependieron de su experiencia y tipo de vínculo que habían tenido con mujeres durante distintos momentos de su vida. Como en muchos otros estudios, se reiteraron expresiones que pusieron de manifiesto que la anticoncepción era responsabilidad exclusiva a las mujeres. Un elemento central que se destaca en la investigación es la importancia de analizar la cambiante trayectoria de la práctica anticonceptiva en el tiempo: en las primeras relaciones sexuales suele caracterizarse por la escasa preocupación de los varones de evitar un embarazo; en cambio, en relaciones subsecuentes, tiende a una mayor corresponsabilidad y compromiso con el uso de métodos preventivos por parte de ellos. También se observaron actitudes de los varones que favorecían la autonomía de su pareja en relación con los métodos, lo cual implicó que, incluso, ellos se abstuvieran de intervenir en la elección del método.

Entre las conclusiones de dicho estudio se señala que la mayor participación de los hombres en la elección de un método anticonceptivo se relaciona, por un lado, con su convicción de que es un tema en el cual debe existir una responsabilidad compartida. Por el otro, que la ausencia de compromiso o el mayor compromiso con la pareja es un elemento relevante para que los varones se involucren o no en la anticoncepción. Adicionalmente, se destaca la confusión e inconsistencia en el uso de anticonceptivos que manifestaron los hombres cuando supieron del embarazo de su compañera. Tal respuesta, indican los autores, obedece a la presencia “de ciertos imaginarios que reducen su percepción de riesgo reproductivo (de los varones) y les proveen de la falsa seguridad de que no habrá un embarazo” (p. 47).

Otros estudios también muestran que la experiencia del aborto puede llevar a modificar los comportamientos de los varones ante la anticoncepción.De acuerdo con los resultados de la investigación cualitativa que hizo Arilha en Brasil (1999), después de haber estado involucrados en embarazos no deseados, los hombres consultados utilizaron métodos anticonceptivos para evitar la repetición de tal experiencia.

El estudio anteriormente citado de Oliveira et al. (2001) realizado en la Ciudad de Sao Paulo, con varones de clase media pertenecientes a dos generaciones, buscó comprender cómo la construcción de género que sirve de referente a los sujetos influye en sus percepciones, evaluaciones y en las consecuentes opciones que se plantean frente a la cuestión de tener o no tener hijos y los métodos usados para evitar la concepción. Esta perspectiva analítica ilustra la importancia de considerar el contexto social en el cual se toman las decisiones, y permite explorar los dilemas que enfrentan con frecuencia los varones ante el embarazo de su pareja.

Entre sus resultados, las autoras encuentran que los varones evalúan los métodos anticonceptivos que conocen o que han utilizado sobre la base de su efectividad, conveniencia y sus efectos en el placer sexual. Con base en el material obtenido y analizado en su estudio, afirman que “no se puede negar que existe un aspecto central involucrado en este tema, y que consiste, en que ningún método es absolutamente bueno, resuelve todos (o la mayoría) de los problemas, o responde a todas las necesidades”. Por ejemplo, el uso de condón se asoció con sensaciones de incomodidad, dificultades en su uso, y sobre todo con interferencias en el placer sexual. No obstante fue uno de los métodos más frecuentemente usados, junto con el método del ritmo entre los varones entrevistados. De acuerdo con las autoras, ello obedece en gran medida a las experiencias en el uso de las pastillas hormonales. Las pastillas fueron consideradas como el método más conveniente e ideal por la mayoría de los entrevistados, debido principalmente a su efectividad y factibilidad, Sin embargo, los varones, en particular los más jóvenes, expresaron serias dudas, al internalizar y adoptar como suyos los argumentos expresados por las mujeres acerca del impacto de este método sobre la salud de las mismas. Asimismo, la protección contra el Sida ha llevado a la necesidad de acudir al uso del condón, particularmente en las relaciones casuales, hecho, que como subrayan las autoras, puede posiblemente tener como efecto el consolidar el condón como el método principal para las clases medias urbanas. En cuanto al recurso de la vasectomía, un método aparentemente de menor riesgo, los varones consideraron que éste puede constituirse en un obstáculo ante el incremento en las separaciones y divorcios, y, por tanto, ante la perspectiva de los varones de contraer nuevas nupcias, con parejas más jóvenes, que quieren y tienen el derecho de tener hijos.

No obstante, que la mayoría de los entrevistados también consideraron que la mujer era la principal responsable de evitar los embarazos no deseados, ya que, dijeron, la reproducción ocurre en su cuerpo, las autoras argumentan que esta idea surge más de la conceptualización natural que subyace acerca de la reproducción, y por parte de las mujeres que de las propias experiencias concretas de los varones. La experiencia de ellos muestra que han adoptado métodos que implican su participación, como son el condón, coitos interruptus y el ritmo. Por otro lado, esta idea, más frecuente entre las generaciones más viejas, también obedece al contexto cultural anticonceptivo que los varones han vivido. Para estas generaciones este fue un contexto en que el uso de las pastillas anticonceptivas no se había extendido o institucionalizado y en el cual el aborto y los métodos tradicionales, como los mencionados, fueron el principal recurso para regular la fecundidad. Pero entre las generaciones jóvenes, aún cuando prevalecía la misma (acerca de la responsabilidad de las mujeres en la práctica anticonceptiva, ya que ellas son las que sufren las consecuencias), algunos de ellos estaban más preocupados por evitar los embarazos no deseados, por garantizar mayor protección contra las ITS y por la salud de las mujeres.

Entre sus conclusiones, las autoras subrayan que la importancia del aborto, como una práctica de regulación de la fecundidad en la clase media urbana de Brasil, está asociada a la disponibilidad de los métodos anticonceptivos y a los problemas derivados de su uso. Afirman, asimismo, que el aborto suele ser parte de una experiencia reproductiva de segmentos educados de la sociedad, a pesar de disponer de información adecuada de otros métodos para la  prevención de embarazos.

Martine (1996) sustenta una argumentación similar en su análisis sobre el descenso de la fecundidad en Brasil, observado desde mediados del siglo XX. El autor señala que, pese a la insuficiencia de evidencias estadísticas al respecto, es de conocimiento común la recurrencia al aborto, como medio para limitar el tamaño de la descendencia en familias, incluso en aquéllas familias o sectores socialmente respetables, y a pesar de que se trate de una práctica clandestina, ante el carácter ilegal de la misma en este país.

Otro tema recurrente en la literatura pone el acento en el tipo de método anticonceptivo utilizado y las limitaciones y fallas de cada uno de ellos. El preservativo es una de las opciones mejor conocidas y de mayor uso con que cuenta el varón para regular su reproducción, aunque muchas veces también resulta ser uno de los métodos más rechazados.

Arias y Rodríguez (1998) en su estudio cualitativo sobre el uso del condón en varones mexicanos de clase media, residentes en la Ciudad de México y cuyas edades eran de 18 a 35 años, destacan el significado ambiguo y dual que los varones atribuyen a su involucración y compromiso con quienes tienen relaciones sexuales. Éste depende de la valoración y discriminación del tipo de pareja sexual y de mujeres: las parejas y relaciones ocasiones y de mujeres que no respetan y las parejas formales que implican un compromiso afectivo, ergo con mujeres que respetan. En esta identificación de tipos de mujeres, la percepción subjetiva de atributos personales, como la confianza hacia la mujer, parecen desempeñar un papel importante, que en el caso de las parejas formales lleva a los varones a no requerir del uso del condón. Tal situación, en cambio, no ocurre en el primer tipo de parejas sexuales. En relación con el compromiso y responsabilidad que los varones adquieren con respecto a las consecuencias de las relaciones sexuales, las autoras observan que aún permean representaciones estereotipadas y tradicionales asociadas a la identidad masculina. Entre ellas se encuentran el impulso incontrolable y natural de satisfacer su deseo sexual, el cumplimiento de su deber como macho y la demostración de su virilidad y disposición a asumir riesgos, como se vio, sobre todo, en los entrevistados más jóvenes. Sin embargo, aclaran las investigadoras, la responsabilidad final derivada de estas relaciones y de sus implicaciones recae, de acuerdo con ellos, exclusivamente en la mujer, la cual es, a su vez, quien puede frenar los impulsos del varón.

Al igual que en los otros estudios, los resultados de este último corroboran que uno de los principales motivos que expresan los varones para usar el condón consiste en evitar un embarazo. Las autoras advierten, que si bien ello depende, en buen medida, del grado de compromiso, cercanía y afecto que se tenga con la pareja, la respuesta de los varones con respecto al uso de este método es altamente coyuntural, pues carecer del condón en determinado momento no les impide tener relaciones coitales. También constatan que los varones con relaciones formales de convivencia tienen un mayor compromiso y, por lo mismo, están más involucrados en las condiciones de salud de su pareja. El uso del condón en muchos de estos casos obedece a los problemas de las mujeres para emplear otros métodos anticonceptivos, además de ser un medio que las protege contra posibles infecciones derivadas de las relaciones extramaritales que tengan los varones.

Los hallazgos de este estudio también ponen de manifiesto las percepciones negativas y de rechazo al uso del condón por parte de los varones. Entre ellas se encuentran la reducción del placer, la mayor rigidez en las relaciones, la presencia de dolor, el temor a que se rompa, o a que las mujeres se ofendan al querer emplearlo y a no llevar un condón consigo en una situación de franca oportunidad para tener relaciones sexuales. Asimismo, las autoras sugieren que se trata de percepciones vinculadas con la noción de lo “natural”, o en contra de la naturaleza humana, en donde prevalece la espontaneidad, la no planeación, la demostración de valor y la disposición de asumir riesgos en la vida, actitudes que se asocian a la identidad masculina en el campo de la sexualidad.

Los resultados de la encuesta que hizo Cáceres (1998) en Lima, muestran que el conocimiento de anticonceptivos es bastante mayor que su uso consistente y correcto. Dan cuenta, asimismo, de prácticas anticonceptivas diferenciadas entre varones y mujeres adolescentes (15 a 17 años) y jóvenes adultos (20 a 29 años) de sectores medio y popular. Por un lado, las adolescentes declararon haber utilizado el condón durante el primer coito en mayor medida que los adolescentes, mientras que los jóvenes adultos lo habrían hecho más que las jóvenes del mismo rango de edad. Por otro lado, las mujeres declararon un mayor y más consistente empleo de anticonceptivos, frente a un mayor uso de condones declarado por  los varones. Tal hecho, se indica en el estudio, “no sorprende dadas las implicaciones relacionales de la negociación del uso de condón en tanto método masculino” (p. 164), debido, en gran medida, a la dificultad por parte de las mujeres de exigirle al varón su uso. Con respecto al embarazo no deseado, Cáceres afirma que, además de ser una experiencia común en ambos grupos, representó una preocupación central en los jóvenes varones, sobre todo para quienes tenían un vínculo fuerte con su pareja, situación en la cual el empleo de anticonceptivos suele asumirse como una responsabilidad compartida. Cuando los entrevistados tenían parejas ocasionales, tal responsabilidad fue asignada a la mujer. Aunque la prevención del VIH/sida y otras infecciones de transmisión sexual (ITS) fue una preocupación algo mayor, no siempre condujo a utilizar condones. Los participantes en el estudio reconocieron la utilidad y mayor necesidad de emplear el condón en estos casos, pero, en general, lo consideraron un obstáculo para tener relaciones placenteras.

En una investigación señalada anteriormente, Rostagnol (2003) encontró que el conocimiento de los métodos anticonceptivos por parte de los varones uruguayos residentes en una área muy marginada era escaso, vago, y muchas veces erróneo. El saber que llegaron a obtener provino, principalmente, de los médicos, de sus pares y de sus compañeras.  La regulación de la fecundidad es considerada, sobre todo, responsabilidad de ellas, lo cual se describe como “cosas de mujeres”. Las reacciones con respecto al uso del condón, ampliamente conocido como método anticonceptivo y para evitar la transmisión de ITS, pero cuyo uso es poco frecuente entre adolescentes y jóvenes, fueron de insatisfacción. Como se señala en otros estudios, a muchos varones no les gusta usar condón, pues dicen no sentir de la misma manera que sin él, además de que a veces desconocen su uso correcto y carecen de habilidad para colocárselo.

Berglund et al. (1997) también abordan el tema del uso de anticonceptivos en una investigación que llevaron a cabo en Nicaragua para analizar la complejidad de los contextos social, económico, cultural y psicológico del embarazo en general y del no deseado. En su estudio, los autores concluyen que el acceso real a los anticonceptivos está menos limitado por la ignorancia que por las actitudes adversas de los proveedores de servicios de salud y otras personas con un papel clave en la sociedad. Tal situación afecta, sobre todo, a los adolescentes, que enfrentan barreras mayores para acceder a los servicios de planificación familiar, además de contar con poca experiencia en el uso de anticonceptivos.

En la investigación antes citada sobre varones que han vivido de manera cercana la experiencia del aborto, Mora y Villarreal (2000), señalan que, del total de varones entrevistados, 7% nunca había usado anticonceptivos con su pareja, ya sea por desconocimiento de los métodos, porque tenía pocas relaciones sexuales o por rechazar la utilización de tales métodos. Más de la tercera parte (35%), había dejado de emplear algún método cuando ocurrió el embarazo, ya sea por descuido o por los efectos colaterales que éste supuestamente le causó a su pareja. Del resto de quienes fueron consultados, o sea, 58% de quienes practicaban la anticoncepción, la mayoría utilizaban el ritmo o abstinencia periódica, el condón, o el coito interrumpido, métodos que requieren de la participación del hombre. La ineficacia del método empleado, según expresaron los varones, obedeció al uso inadecuado del mismo o a que era inseguro: la mitad de quienes usaron el condón dijeron que éste se rompió o estaba perforado. Lo anterior, como sugieren las autoras, muestra las dificultades que surgen cuando se usan estos métodos, las cuales pueden deberse a su efectividad o a la experiencia con los mismos de quienes llegan a utilizarlos. Por otra parte, las autoras observan que un  uso más efectivo del método anticonceptivo se relacionó, sobre todo, con una situación económica difícil, particularmente en los sectores de ingresos medios y bajos y entre personas que tenían hijos producto de una relación de convivencia con su pareja, es decir, no formalizada.

Otro factor al cual aluden Mora y Villarreal (2000), que ha sido muy socorrido en las investigaciones sobre el comportamiento reproductivo –sobre todo con relación al uso consensuado o no de métodos anticonceptivos en la pareja–, se refiere a la comunicación entre el hombre y la mujer con respecto a la práctica anticonceptiva. En este sentido, las evidencias del estudio de estas autoras constatan que la comunicación que prevaleció en la pareja no siempre condujo a una elección compartida y mucho menos al uso de un determinado método. De cada diez parejas que hablaron entre sí sobre anticoncepción, cuatro no usaron ningún método para prevenir un embarazo no planeado. De cada diez parejas que llegaron a un acuerdo sobre el último método que emplearon, casi cuatro dejaron de usarlo por descuido o debido a efectos colaterales de anticonceptivos hormonales o del DIU y, por tanto, el último embarazo terminó en aborto. De acuerdo con los resultados anteriores, Mora y Villarreal sostienen, que se presentan con mayor frecuencia embarazos no deseados y abortos inseguros cuando privan el desconocimiento y la falta de diálogo en la pareja, con respecto a sus deseos sobre el tamaño de la descendencia, y a sus opiniones y preferencias en la práctica anticonceptiva. Lo anterior, afirman las autoras, muestra que aunque muchas parejas hablen acerca de sus necesidades y deseos relacionados con la sexualidad y la reproducción, tal comunicación por si misma es insuficiente para derivar en acciones concretas. Tal hallazgo debe tenerse en cuenta al interpretar los resultados de muchas encuestas y para redefinir los conceptos y preguntas sobre el tema que se incluyan en ellas.

Otro aspecto que amerita subrayarse, aunque haya merecido poca atención, se refiere al desarrollo de las tecnologías anticonceptivas, como otro factor que incide en la participación del varón en dicha práctica, en la cual ha prevalecido una desigualdad genérica. Como señala Castro (1998), dentro del campo de la investigación biomédica se ha otorgado prioridad a inhibir la fecundidad, y se han orientado los mayores recursos hacia los métodos femeninos. De esta manera, se le ha restado importancia al papel protagónico del varón, cuyas opciones para  regular su reproducción y evitar embarazos no deseados son menores por la insuficiencia de métodos exclusivos para su sexo. De la misma manera, Ringheim (1996) agrega que la falta de interés del varón por involucrarse en cuestiones reproductivas también refleja las limitadas opciones de métodos anticonceptivos reversibles de los cuales disponen.  Lo anterior ha propiciado que los varones no participen de la misma manera que las mujeres en la regulación de la fecundidad.

En un estudio realizado en la provincia de Buenos Aires, Zamberlin (2000) afirma  que la participación masculina con respecto a la anticoncepción se ha visto reducida  de manera sustancial y que los métodos más antiguos, –el coito interrumpido, la abstinencia periódica y el condón– pasaron a ser considerados de baja eficacia y desestimados por los programas de planificación familiar (PPF). Tal situación, añade el autor, se ha constatado claramente en la implementación y posterior desarrollo de dichos programas, al orientar sus acciones a los métodos femeninos no reversibles. Estos programas y acciones han producido  cambios en la definición social de la responsabilidad anticonceptiva, que pasó a ser patrimonio exclusivo de la mujer y  han fomentando la falta de compromiso en los varones, “quienes fueron excluidos de los PPF, sea deliberadamente o por omisión” (p. 247). Por ello, añade Zamberlin, los varones no se perciben como protagonistas en la anticoncepción, y en consecuencia, confieren la responsabilidad y el dominio de la misma a las mujeres, mientras se excluyen de su práctica o, en el mejor de los casos, asumen un rol secundario.

Zelaya et al. (1996), llegaron a una conclusión similar en un estudio realizado en León, Nicaragua, sobre los patrones contraceptivos entre ambos sexos. De acuerdo con la investigación, el predominio de la esterilización femenina y el uso ocasional del condón como métodos reportados principalmente por hombres, refleja una situación de menor control relativo de los varones en la anticoncepción y la reproducción.

Es necesario reconocer que la epidemia del VIH/sida contribuyó a una mayor utilización del condón, aunque para muchos hombres ha sido más bien un medio de prevenir infecciones de transmisión sexual, en particular la mencionada. Pero también se debe destacar que el preservativo ha sido y continúa siendo una de las alternativas con las que cuenta el varón para evitar embarazos.

Otro aspecto relacionado con el tema, abordado en algunos estudios, pero sobre el cual aún no hay suficientes evidencias, tiene que ver con las relaciones sexuales en contra de la voluntad de las mujeres, tanto en matrimonios como en parejas cuya unión sea inestable o en otras situaciones, hecho culturalmente vinculado al poder y dominio masculino. Como señalan Faúndes y Barzelatto (2005), el sexo en tales circunstancias es un hecho bastante frecuente, en el cual intervienen “desde la violencia o agresión física o mental, el uso de la fuerza o amenazas de su utilización, hasta la imposición cultural de la aceptación de los ‘derechos’ del varón sobre el cuerpo de la mujer, ésta última como forma sutil de imposición, de aceptar los deseos de su pareja como una obligación, al margen de sus propios deseos y sin tener en cuenta el riesgo de un embarazo no deseado” (p. 85).

De acuerdo con los autores, las evidencias existentes dejan pocas dudas acerca de la frecuente dominación masculina en la decisión de tener relaciones sexuales, lo que se ve acompañado de la falta de responsabilidad del varón en cuanto al riesgo de embarazo, así como de contraer o propagar infecciones de transmisión sexual. Este comportamiento también obedece, entre otras razones, a la falta de voluntad del compañero o cónyuge para emplear métodos anticonceptivos, al uso inapropiado o irregula de preservativos o métodos naturales y a las barreras que los hombres llegan a imponer a su pareja para impedirles su acceso a métodos anticonceptivos. Estos factores inciden, desde luego, en la ocurrencia de embarazos no deseados, sobre todo entre los adolescentes. A lo anterior se añaden los casos de violación o abuso sexual, en los cuales las mujeres carecen de los medios para protegerse. En un estudio realizado en Brasil, Faúndes et al. (2000), encontraron que alrededor del 35% de las mujeres consultadas habían tenido relaciones sexuales contra su voluntad, porque creían estar obligadas a satisfacer el deseo de sus compañeros.

Finalmente, y retomando las interrogantes planeadas al inicio de este capítulo, otro aspecto que debe destacarse alude al poder que los varones ejercen en torno al aborto fuera de la esfera doméstica, un tema que merece especial atención por sus implicaciones en dicha práctica y sus consecuencias, así como para lograr que sea una práctica anticonceptiva modera y libre. En efecto, como se ha evidenciado de manera implícita o explicita en varios de los capítulos anteriores (1,2 y 7 y en este mismo), tal influencia no sólo se hace patente en el ámbito de la pareja o de la familia, sino también en el ámbito institucional/social, sea éste el jurídico, el médico o el religioso. En tales esferas es evidente la dominación masculina, máxime en sociedades conservadoras, como las de la inmensa mayoría de los países latinoamericanos. Por lo tanto, las prácticas anticonceptivas y las abortivas están lejos de llegar a ser una responsabilidad compartida en muchos aspectos, ya sea desde las consideraciones legales y retóricas hasta las intervenciones concretas y efectivas.

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